lunes, marzo 12, 2007

Robert Lowell




Father's Bedroom



In my Father's bedroom:
blue threads as thin
as pen-writing on the bedspread,
blue dots on the curtains,
a blue kimono,

Chinese sandals with blue plush straps.

The broad-planked floor
had a sandpapered neatness.
The clear glass bed-lamp
with a white doily shade
was still raised a few
inches by resting on volume two
of Lafcadio Hearn's

The clear glass bed-lamp
with a white doily shade
was still raised a few

inches by resting on volume two
of Lafcadio Hearn's

Glimpses of unfamiliar Japan.

Its warped olive cover
was punished like a rhinoceros hide.

In the flyleaf:
'Robbie from Mother.'

Years later in the same hand:
This book has had hard usage
On the Yangtze River, China.

It was left under an open
porthole in a storm.'






En el Dormitorio de Mí Padre





En el dormitorio de mi padre:
la fibra azul es delgada
como la escritura de una lapicera en el cubrecama;
azules descoloridos en las cortinas,

un kimono azul
sandalias chinas con correas de felpa azul
La ancha tabla del piso
tiene una pulcra lijada.

La claridad de la lámpara de vidrio
con una pequeña y blanca tulipa que
fuera levantadas algunas
pulgadas para que descansen en el volumen
dos los oídos de Lafcadio.

Reflejo de un Japón no familiar.

Como el escondite de los rinocerontes;
sus combados olivos cubren
lo que fue castigado.

En el marcador del libro:
‘ De Mamá para Robbie’.

Años mas tarde en el mismo lugar:
‘Este libro ha tenido un duro trato,
en el río Yangtsé, China.

En la tormenta él fue dejado bajo
una abierta tronera ’.





Relinquunt Omnia Servare Rem Publicam





The old South Boston Aquarium stands
in a Sahara of snow now. Its broken windows are boarded.
The bronze weathervane cod has lost half its scales.
The airy tanks are dry.
Once my nose crawled like a snail on the glass;
my hand tingled
to burst the bubbles
drifting from the noses of the cowed, compliant fish.

My hand draws back. I often sigh still
for the dark downward and vegetating kingdom

of the fish and reptile. One morning last March,
I pressed against the new barbed and galvanized
fence on the Boston Common. Behind their cage,
yellow dinosaur steamshovels were grunting
as they cropped up tons of mush and grass
to gouge their underworld garage.

Parking spaces luxuriate like civic
sandpiles in the heart of Boston.
A girdle of orange, Puritan-pumpkin colored girders
braces the tingling Statehouse,
shaking over the excavations, as it faces Colonel Shaw
and his bell-cheeked Negro infantry
on St. Gaudens' shaking Civil War relief,
propped by a plank splint against the garage's earthquake.



Two months after marching through Boston,
half the regiment was dead;
at the dedication,
William James could almost hear the bronze Negroes
breathe.



Their monument sticks like a fishbone
in the city's throat.
Its Colonel is as lean
as a compass-needle.

He has an angry wrenlike vigilance,
a greyhound's gently tautness;
he seems to wince at pleasure,
and suffocate for privacy.

He is out of bounds now. He rejoices in man's lovely,
peculiar power to choose life and die--
when he leads his black soldiers to death,
he cannot bend his back.


On a thousand small town New England greens,
the old white churches hold their air
of sparse, sincere rebellion; frayed flags

quilt the graveyards of the Grand Army of the Republic.

The stone statues of the abstract Union Soldier
grow slimmer and younger each year--
wasp-waisted, they doze over muskets
and muse through their sideburns . . .

Shaw's father wanted no monument
except the ditch,
where his son's body was thrown
and lost with his "niggers."

The ditch is nearer
There are no statues for the last war here;
on Boylston Street, a commercial photograph
shows Hiroshima boiling
over a Mosler Safe, the "Rock of Ages"
that survived the blast. Space is nearer.

When I crouch to my television set,
the drained faces of Negro school-children
rise like balloons.

Colonel Shaw
is riding on his bubble.
he waits
for the blessèd break.


The Aquarium is gone. Everywhere,
giant finned cars nose forward like fish;
a savage servility
slides by on grease.







Relinquunt Omnia Servare Rem Publicam.



El viejo Aquarium de Boston permanece
en un Sahara de nieve ahora. Sus quebradas ventanas están enmaderadas.
El pescado de la veleta de bronce perdió la mitad de sus escamas.
El tanque aéreo esta seco.
Una vez mi nariz se arrastró como un caracol en el vidrio;
mis manos rascaron
hasta reventar las burbujas
errantes de las narices de los intimidados, sumisos peces.


Mis manos retrocedieron. Muchas veces continué
dando un vistazo por las oscuras inclinaciones del vegetante reino
de peces y reptiles. Una mañana del último marzo,
me apreté contra la cerca de púas nuevas y galvanizadas
en el Boston Common. Detrás de su celda,
las palas mecanicas gruñían como dinosaurios amarillos
cuando recogían toneladas de musgo y hierbas
al vaciar el bajo mundo de su garage.

Estacionamientos de espacios lujuriosos como cívica
almohada de arena en el corazón de Boston.



Un cinturón naranja, calabaza Puritana coloreando las trabas
de las vigas en la hormigueante Casa de Gobierno;
sacudiéndose sobre la excavación, como si las caras del Coronel Shaw
y su infantería de Negros con cachetes como campana
sacudieran la calle Gauden con el consuelo de la Guerra civil;
extensa tabla apropiada para servir de astilla contra el terremoto del garage.


Dos meses después de marchar a través de Boston,
medio regimiento fue muerto;
en la conmemoración
William James casi pudo escuchar la respiración de bronce de los
negros.



Las varas del monumento como espina de pescado

en el cuello de la ciudad y
su Coronel como una delgada
aguja de brújula.

Tiene la encolerizada vigilancia de un pájaro,
de un galgo dulcemente tieso;
que al parecer retrocede ante el placer
y se sofoca por privacidad.



Está fuera de ataduras ahora. Se regocija en el hombre cariñoso;
peculiar poder para escoger vida y muerte;
cuando lideraba sus negros soldados hacia la muerte,
no podía doblar la espalda.


En miles de pequeños pueblos de la verde New England
las viejas iglesias sostuvieron el pelo
de la desparramada, sincera rebelión; raídas banderas
acolchando el cementerio de la Gran Armada de la República.


Las estatuas de piedra de la abstracta Unión de Soldados
crecen delgadas y jóvenes cada año-
cinturas de avispas, dormitan sobre mosquetes
y meditan a través de las patillas de ellos...


El padre de Shaw no quería un monumento
excepto la zanja
donde el cuerpo de su hijo fue arrojado
y extraviado con sus “negros.”


La zanja está cerca.

No hay estatuas de la última guerra aquí;
en la calle Boylon, un fotógrafo comercial
muestra una derretida Hiroshima
sobre Mosler Safe, la “Roca de las Edades”
que sobrevivió a la explosión. El lugar esta cercano.
Cuando me acuclille hacia mi equipo televisivo
las secas caras de los niños de la Escuela de Negros surgieron como balón.


El coronel Shaw
cabalga en su ilusión.
Espera
la bendición del descanso.

El Aquarium se ha ido. Por todos lados
automóviles gigantes con aletas y hocico como pez;
un bárbaro servilismo
resbala entre la grasa.

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